A lo largo de la historia, nuestra sociedad ha valo- rado de diferentes formas un ideal muy concreto del ser humano inteligente. En la escuela tradicional, se consideraba que un niño era talentoso cuando dominaba las lenguas clásicas, el latín o el griego, las matemáticas, el álgebra o la geometría. Posteriormente, se identificó al niño/a inteligente co mo el que obtenía una puntuación elevada en las pruebas que medían sus capacidades. Finalmente, en el siglo XXI esta visión ha sido substituida por un concepto totalmente diferente, debido a varios motivos.